sábado, 27 de septiembre de 2014

La Ciudad Fénix

¡Un saludo a todos!

Esta entrada no trata de cosmética, pero no es ajena a la belleza. Matizo, sólo es cercana a la belleza para quienes puedan verla en el drama, en el resurgir de las propias cenizas como ave mitológica.
Hace años, estuve caminando distraídamente por una hermosa ciudad, una ciudad de cuento europeo, colorida y fría, con olor a pastel recién horneado. Una ciudad cultural, abierta al turismo y a los visitantes, pero cerrada en su dolor. Un dolor bien escondido, un dolor subterráneo, un dolor hecho cenizas para nacer de él. Sin embargo, yo no fui consciente de ello cuando la visité. Únicamente me dediqué a contemplar ,con mis por aquel entonces adolescentes ojos, los pintorescos edificios y las numerosas galerías de arte. Y después, la ciudad sólo fue para mi un bonito recuerdo de un viaje prenavideño en familia.

Os hablo de la ciudad alemana de Dresde.


Hace unos meses, volví de nuevo la mirada hacia aquel lugar. No fue una segunda visita, ni siquiera a través de un detallado documental. Fue a través de un libro. Un libro sorprendente, porque nos ofrece la visión del sufrimiento desde una óptica neutral, sin adornos ni poesía, sin historias de llorar. Nos lo ofrece a través de una serie de situaciones grotescas, casi cómicas, y por eso mismo, porque se desprende de los velos del sentimentalismo barato, es capaz de llegar hasta nosotros.

Os hablo de Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut, publicado en 1969.

La historia acontece al final de la Segunda Guerra Mundial. Un joven soldado americano, de escasa preparación y nula vocación militar, es hecho prisionero junto a otros compañeros. Es trasladado a Dresde, y el muchacho, al igual que me pasó a mi, se maravilla de la belleza de la ciudad. Le parece la más hermosa del mundo. Pero la madrugada del 14 de febrero de 1945, en el sepulcral silencio de la noche, Dresde es bombardeada. No hay gritos, ni clamorosas despedidas, ni "te quieros" ñoños. Sólo silencio, muerte y cenizas. Sobre y bajo tierra. Y así, con ese silencio, con esa calma nocturna, con esa dura ocupación rusa, ha llegado Dresde hasta nuestros días.
Entonces yo miro atrás y me pregunto, ¿por dónde estuve caminando aquel día de diciembre? Estuve caminando por un cementerio, tuve que responderme. Pero no un cementerio cualquiera, lleno de flores, lágrimas y saludos de cortesía, sino un cementerio disfrazado. Disfrazado de vida, de ansias por renacer. Y ahí la belleza en la tragedia, ahí el fabuloso engaño. Dresde es capaz de hacer que te sientas en la más encantadora de las ciudades, de ponerte su mejor cara, de ocultarte sus tristezas. Y todo por renacer.


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